Los Lagos en modo gourmet
“Experiencias de primera… y no tanto”
Desde el Lácar en Neuquén hasta el Menéndez en Chubut, pasando por los bellos espejos de Río Negro, muchas son las atracciones turísticas que ofrece la zona de Los Siete Lagos, que por supuesto son más de siete. Hay para todo tipo de perfiles: los clásicos turistas que andan en tours por los circuitos populares; están los más deportistas, que buscan nuevos senderos que explorar a pie o en bicicleta; están los amantes del camping o el motor home, instalados en la infinidad de rinconcitos próximos a las costas; o están los urbanos de orientación más cultural y foodie, ávidos de descubrir nuevos sabores.
Pues bien, ese es el caso de @tripticity_. Y después de cruzar medio país, la bienvenida en San Martín de los Andes no fue precisamente prometedora. Deseosos de un típico té patagónico con tortas y saladitos, de esos que se sirven en bandeja de tres pisos, visitamos la Casa de Té Arrayán. Habíamos sido precavidos y reservamos con anticipación, por lo que nos evitamos la larga espera que anunciaba la recepcionista, que hacía las veces de maître.
Es que para empezar esta crónica de temporada alta, lo primero que debe remarcarse es el imperioso requisito de concretar reservas con varias semanas de anticipación, sean los destinos más selectos y onerosos, sean aquellos más populares y masivos que convocan a las oleadas de turistas hambrientos.
Casa de Té Arrayán ofrecía una vista panorámica del enorme lago Lacar y de sus verdes montañas. Las fotos de la búsqueda previa eran alucinantes. Al arribar, la mesa nos fue indicada a la brevedad… pero el servicio tardó exactamente una hora y diez minutos, y para colmo las tortas no resultaron para nada memorables.
La historia del lugar es encantadora, tanto como su ambientación, por lo que de ir, más que nada por la panorámica que ofrece, sugerimos ordenar una infusión rápida y algún bocadito, que resultarán eficientes y suficientes.
Como nos habíamos quedado con mucha desilusión tras la experiencia en la desbordada Casa Arrayán, al llegar a Bariloche (Río Negro) sabíamos que teníamos que intentar una nueva experiencia en una de las tantas casas que ofrecen el servicio. Pudimos reservar con mucha fortuna una mesa para dos en la terraza de Casa Meiling, una pastelería familiar con bonita vista al lago Nahuel Huapi, aunque -vale aclarar- con una pronunciada subida para llegar a ella. Si no se cuenta con auto, las calorías sí o sí serán quemadas antes y después. Casi todo en Bariloche queda en realidad de subida o de bajada.
La torre de tres pisos incluía bocaditos dulces, tortas de crema, los clásicos scons con queso crema y dulce y, por supuesto, unos sandwiches con generoso relleno.
Se puede decir que Meiling no busca ser de ambiente comercial sino familiar, lo que queda demostrado por la atención personalizada de su dueña y por la música de saxos románticos, bastante pasada de moda quizás… pero que en este caso suma para agregarle un clima distendido, casi como si fuésemos invitados y no clientes.
La variedad de opciones de tortas servidas es ideal y su sabor, casero y auténtico. ¡Recomendable!
En cuanto a los clásicos chocolates del sur argentino, en nuestro caso no había duda alguna: los elegidos eran las gigantes y célebres tiendas Rapanui y Mamuschka. Hay otras opciones locales, más artesanales desde ya, pero esas dos marcas, junto con Chocolates Del Turista, son las más reconocidas a nivel nacional.
Visitar esas tiendas en fechas pico resulta complicado, tanto para comprar sus productos o para disfrutar de los almuerzos y tés que se sirven en sus salones. Un mundo de turistas que van y vienen, sin saber qué quieren, ruidosos y torpes, componen la escena. Resistimos todo ese bullicio y logramos hacernos del respectivo kilo surtido de chocolate patagónico prometido a nuestras familias. En la tienda de la muñeca rusa también compramos unos granos de café con un toque de caramelo.
A la mañana siguiente a la única noche que nos hospedamos en el centro de Bariloche, volvimos a las tiendas con la esperanza de poder disfrutar una infusión… pero incluso recién abiertas ya se encontraban saturadas de turistas. Por eso, de querer concretar una compra, armarse de paciencia, adquirir la cajita y huir a toda velocidad.
Para la cena, hay opciones gastronómicas de los Siete Lagos que son del más alto nivel internacional.
Iniciamos en Villa Angostura nuestro recorrido culinario con una cena en el histórico y pituco hotel Las Balsas. Se trata de un resort exclusivo que forma parte de la cadena francesa Relais & Châteaux, con pocas habitaciones, spa y alta cocina.
Durante nuestra estadía en Villa La Angostura nos alojamos en la Hostería del Automóvil Club Argentino. Siendo socios, y amantes además de su homónima en el pueblo salteño de Cachi, nos pareció la mejor opción. Cómoda, limpia y económica cumplió al igual que su par norteña. Pero en una futura visita a Los Lagos nos encantaría hospedarnos en Las Balsas, definitivamente quedó ese pendiente en la lista de deseos, no solo por lo que vimos de sus elegantes instalaciones y por la atención recibida, sino por la sofisticada propuesta del establecimiento.
La reserva en su restaurante era a las 20, bien temprano de modo de garantizar exclusividad, aunque en el hotel de Relais & Châteaux no es necesaria la precaución por cuanto todo allí es distinguido y especial. Nos recibió Daniela, quien no solo nos dio la bienvenida sino que nos invitó a dar un paseo por el bellísimo jardín y su pequeño muelle antes de la impresionante cena.
Esa noche los elegidos fueron, para empezar, chipirones con tartar de tomate, tomates secos, bisque y polvo de frutilla; también un crudo de róbalo, leche de tigre, tierra de plátano y gazpacho de palta. Ambas entradas, ¡simplemente deliciosas! Continuamos con salmón con gremolata de maní con pimienta rosa, cremoso de alubias y vegetales a la sartén, y un cordero con salsa de café y parisien con acelga salteada. ¡Tremendos! Para cerrar, tarta de chocolate amargo con sal patagónica, helado de chocolate blanco y toffee para un comensal y red velvet de arándanos, curd de frambuesas, sorbete de frutillas, gelatina de mora y crocante de pistachos y arándanos para el otro.
La frescura del crudo de róbalo, la textura del cordero en cocción larga y la perfecta junta de dulzor y acidez del postre sería una mínima síntesis de los soberbios platos a cargo del colombiano Duvan Ochoa Zuluaga.
A la jornada siguiente, visitamos por la mañana el Parque Nacional Los Arrayanes, para lo cual decidimos salirnos de los tours masivos y contratar el traslado en un pequeño velero, que nos garantizó ir admirando la imponencia del paisaje en soledad, acercándonos a la pared acantilada de la montaña.
Patagonia Sailing propone salidas al parque desde Bahía Mansa, mediante una navegación de aproximadamente una hora y media aprovechando el viento. El velero se mueve con absoluta suavidad y elegancia por el lago, muy tranquilo incluso para quienes sufren de mareos.
Ernesto, el capitán, describe durante el recorrido las formaciones naturales mientras brinda, para aquellos que se lo solicitan, indicaciones sobre técnicas de navegación. Se visita el bosque de arrayanes en un horario distinto al de los tours multitudinarios que llegan en catamarán.
Al regreso, el a veces demasiado locuaz Ernesto enciende el motor por lo que el viaje resulta más corto y distinto que el de ida.
El lago Nahuel Huapi, de una inmensidad y belleza extraordinarias, bien merece conocerlo no solo desde la costa, por lo que pasar un mediodía en el velero de Patagonia Sailing es una buena sugerencia.
Al atardecer nos esperaba otra gran experiencia gastronómica en Tinto Bistró.
En el verano de 2022 el sur argentino se encontró con un récord histórico de visitantes, por lo que sin reserva previa no se conseguía mesa en ningún comedor.
Dispuestos a probar la cocina tradicional de Villa La Angostura, conseguimos tomar una mesa en el primer horario de las 19, que con mucha suerte era la última que quedaba disponible ese día viernes.
Tal positiva decisión nos llevó a concluir que cenar en el primer turno de un restaurante garantiza mayor satisfacción, pues los cocineros están distendidos, los mozos de buen humor y el contexto es armónico, pues de seguro no hay ruidos, ni niños traviesos ni comensales eufóricos.
Arrancamos en Tinto con un pulpito grillado con papas doradas al pimentón y salsa verde; luego un homenaje a la cocina marroquí con un cordero especiado en cocción lenta, con arroz basmati y ensalada fresca de guarnición, y un españolísimo arroz calasparra con calamares en su tinta, langostinos y alioli. El dulce fue un suave curd de durazno, granita crítica y avellanas garrapiñadas.
La recomendación -exigencia en realidad- de que fuésemos a Tinto Bistró nos había sido hecha por una gran amiga que supo frecuentar ese tan “paquete” restaurant. En principio, por un prejuicio tonto no habíamos honrado su indicación. Es que el bistró pertenece al hermano de la Reina Máxima de Holanda y ya por eso la desconfianza fue más fuerte. Para nuestra fortuna, cuando visitamos la Colección Georg, en San Martín de los Andes, su anfitriona Salomé nos instó a reconsiderar la negativa, por eso, una vez en Villa La Angostura, nos llegamos hasta el restaurant para probar fortuna en las reservas.
Fue así que nos recibió Bruno, quien al advertir nuestra fascinación por registrar los detalles del bonito comedor nos invitó a conocer la cava, alimentada con vinos de todo el país y una sección particular de vinos de altura de Salta, nuestra provincia natal.
Como win-win, una promoción con tarjetas de crédito nos favoreció con un 10% de descuento y de regalo un vino premium de edición limitada... Y ya partíamos cuando sucedió otro evento inesperado: en un relámpago ingresó con su familia el expresidente Mauricio Macri, quien con amabilidad saludó a los que allí nos encontrábamos. Toda una señal de que en Tinto Bistró, definitivamente, se come a un muy alto nivel.
El siguiente destino era la ciudad de San Carlos de Bariloche, en Río Negro, en donde decidimos hospedarnos en el hotel Llao Llao, un clásico argentino que queríamos conocer.
Su emblemático edificio, diseñado por Alejandro Gabriel Bustillo, cuenta con señoriales salones, pasillos alfombrados, paredes recubiertas en madera y unas vistas impresionantes.
Sin embargo, no nos agradó. Quizás la muchedumbre opacaba su glamour; quizás el concepto de alojamiento masivo con cientos de habitaciones; quizás los venados y ciervos embalsamados que cuelgan de sus paredes que generan un efecto contrario al de su tiempo; quizás la atención poco personalizada; o quizás una mezcla de todo lo anterior hizo que más allá del desayuno no probásemos sus variadas opciones gastronómicas, ni su célebre servicio de té en el Winter Garden. Sucede que la pastelería, los croissants y los panecillos ofrecidos en el desayuno realmente fueron una decepción. El jugo de naranja ni siquiera era exprimido, aunque una vez más la vista de ese salón comedor sí resultó fascinante. ¡Nos quedamos con ella! Y también con el buen Spritz del salón del Espacio Lago Moreno.
Ninguno de sus salones o bares consideraba un espacio exclusivo para adultos, por lo que a toda hora hubo niños traviesos jugando alrededor de las mesas. Algo ilógico teniendo en cuenta que el hotel ofrece un Kids Room.
La estadía en el Llao Llao, lejos de conmovernos, nos dejó la enseñanza definitiva de buscar hoteles más chiquitos, más enfocados al verdadero relax y con atención más personalizada.
Al menos los días grises, lluviosos y fríos que nos tocaron nos permitieron disfrutar en paz de sus dos piscinas, la interior y la exterior. Por alguna razón al turista promedio no le resulta motivante hacer pileta un día nublado, aunque estén climatizadas como es el caso del Llao Llao.
Sí se debe reseñar que el lugar ofrece las más variadas atracciones: golf, arquería, caminatas, spa, restaurantes, tiendas, actividades recreativas. La elegancia que supo definirlo se mantiene y, probablemente, siga ostentando las mejores vistas de Bariloche, sea a la montaña, al Nahuel Huapi o al bello Lago Moreno.
Celebramos haber buscado otras opciones para la cena fuera del cinco estrellas. Bariloche nos tenía predestinadas grandes sorpresas culinarias.
Para empezar Casa Cassis. Casi un mes antes del viaje procuramos reservar una mesa, sin éxito. Fue tanta la fortuna que un par de días antes se liberaron dos cubiertos y un mensaje nos engalanó con esa mesa tan ansiada.
Frente al lago Gutiérrez, Ernesto Wolf y Mariana Müller crearon un pequeño universo de plantas, flores, frutas y vegetales que dan vida a su altísima cocina.
La experiencia inicia a las ocho en punto, usualmente en el jardín junto a la huerta, en donde se sirven los appetizers y el trago de bienvenida.
Esa tarde de verano estaba algo fresca, por lo que se modificó el itinerario y se inició con un recorrido por los jardines y la huerta visitando la bodega donde se manufacturan sus memorables vinagres y dressings, para luego, una vez en el acogedor salón comedor, nos acomodamos para degustar los manjares preparados por Mariana, la China para todo el mundo.
Durante ese recorrido por el jardín Ernesto se esfuerza por transmitir la búsqueda que vienen haciendo hace años, junto a su familia, para lograr aromáticas, flores, frutos rojos y vegetales orgánicos de extrema calidad.
Tuvimos la suerte de intercambiar unas palabras durante ese recorrido con Lucía, Sebastián y Gustavo, tres capitalinos encantadores con quienes terminamos compartiendo la noche. La fortuna de @tripticity_ -una vez más- quedó confirmada. Resulta que se trataba de amigos de los anfitriones. ¡Qué privilegio!
Es que si bien las mesas son dispuestas como en un restaurante tradicional, el ambiente de Casa Cassis es precisamente ese, el de una casa, por lo que resulta fácil generar esta interacción entre la docena de comensales. Empezamos con unos pequeños appetizers, acompañados de panes de masa de madre con semillas y paté.
¿La secuencia?
Primero, los aperitivos: espumante de flores de sauco; cordial de vino artesano de Cassis; rilette de conejo confit, daikon y eneldo; tartare de truchada, remolachas amarillas, flores de ciboulette; terrina de ave con chutney de membrillos; fría sopa de hojas verdes y hierbas y pan de olivas y tomate con rucoleta silvestre.
Luego: crudité de verano, queso azul, avellanas, dressing de ciruelas y mostazas; langostinos templados, zucchinis, brotes silvestres, aromas a cedrón; trucha salmonada, arvejillas, habas, reducción de espumante y peperina; lomo de ciervo, borrajas, morillas del Manso, croûte e pimientas.
A continuación, una granita de vino de grosellas verdes que nos preparó el paladar para el liviano postre: un sorbete de cítricos, cake de especias y creme cheese con frambuesas amarillas.
Para concluir, una infusión de hierbas y petit fours.
Maridamos esa experiencia con un pinot noir de manufactura de Matías Michelini, hecho bajo la nueva técnica de almacenamiento en huevos de concreto.
Los ocho pasos de la propuesta fueron uno mejor que el otro. Una delicia casi de otro planeta, de esos sabores difíciles de encontrar y aún más de describir. La noche se nos pasó rápido, mucho más rápido de lo que hubiésemos querido. Para nuestra fortuna, cuando nuestros vecinos ya eran para nosotros Lucía, Sopa y Perro, fuimos invitados a su mesa para un memorable brindis final, en el que pudimos conversar con los hacedores de Casa Cassis. Nos sentimos bendecidos por el destino, que nos condecoró con una tremenda sobremesa con cinco extraordinarias personas.
Antes de partir nos tentamos con las opciones que Cassis tiene a la venta. Elegimos un néctar de flores de sauco, un dulce de cassis, un dressing de flores, un queso patagónico e, incluso, un shampoo sólido artesanal, seguros de que todo ello honrarían los kilómetros de nuestro road trip.
Y había más. A la noche siguiente, otro soberbio banquete nos esperaba de la mano de Pablo Quiven, quién elaboró una propuesta -esta vez- de nueve pasos, la que nos demandó un ayuno de largas horas antes de llegar a su kitchen house. En efecto, se trata de un concepto contemporáneo cada vez más en boga en nuestro país, en el que el cocinero abre las puertas de su casa.
Su lugar no puede ser más refinado, con una hermosa vista y una decoración superlativa. Se disponen las mesas en un entorno por demás agradable.
Otra vez, sería imposible poner en palabras el disfrute que experimentamos en Quiven. Como toda explicación van descriptos los manjares de esa noche.
Primero: Bombón de morcilla bañado en tempura con emulsión de chocolate blanco y queso crema; gyozas rellenas de vegetales y bañadas en salsa teriyaki; tartare de ciervo con vinagreta dulce de encurtidos; emulsión de papa en sifón a base de huevo frito, lámina de ajo crujiente y jamón de jabalí; pirulín de queso cual lollipop; manteca ahumada con cenizas y panes artesanales de masa madre con curry, remolacha o cacao.
Segundo: espiral de palta condimentado con vegetales encurtidos y crujientes de batata, quínoa y maíz, más tomatitos confitados y diferentes coulises.
Tercero: kale bañado en tempura de cerveza con un tiradito de trucha condimentado con queso parmesano y leche de tigre, caviar de morrón rojo, piel de chicharrón de trucha con gel de pepino y palta.
Cuarto: bombón de langostino con muselina de trucha y queso brie, espuma a base de crustáceos y crema de maíz.
Quinto: berenjena japonesa ahumada rellena de queso.
Sexto: huevo en cocción a 63°, con papas trufadas, ragú de hongos silvestres, crujiente de queso parmesano y pesto.
Principal: lomo vacuno envuelto ahumado, sellado a la plancha con manteca de salvia y cocinado al sous vide a 53°, espuma de calabaza asada, esponja de pimentón y tandoori, remolachas asadas caramelizadas y flan de brócoli con queso roquefort con criolla hecha con frutas del Alto Valle.
Postres: el “emblemático” cheese cake de mandarina con tierra de cacao por una parte y, por la otra, deconstrucción de bosque patagónico con sabores característicos de Bariloche: chocolate, frutos rojos, tierra de cacao con diferentes hierbas, gel de durazno, gel de lavanda, gel de pino, más yogurt griego de la casa con ralladura de frutas, todo acompañado de helado de lavanda.
¿Acaso habría que agregar algo?
En el sitio web de Pablo se anuncia y describe al restaurant como “un viaje a tus sentidos” y verdaderamente eso es lo que es. ¡Alucinante!
A su término el chef en persona se acerca para saludar a sus comensales, evidenciando una gentileza a la misma altura de sus excelsos platos.
Ya los días no nos alcanzaban para poder visitar Quetro Cocina, otro pendiente para un próximo viaje al Sur si el destino así lo dispone.
En fin, continuamos la travesía satisfechos de haber conocido personas tan interesantes y llevándonos una conclusión: post Covid la industria turístico-gastronómica ha sufrido cambios radicales y todo parece orientarse hoy al contacto humano en primera persona. Y en esa búsqueda de calidad, San Carlos de Bariloche y su vecina Villa La Angostura constituyen por su oferta el eje culinario de la región de Los Lagos. Para el foodie que pueda darse el gusto con una estadía tres o cuatro noches, ellas representan un destino ineludible.